En la sociedad venezolana, la violencia se ha convertido en uno de los aspectos más relevantes de nuestra realidad en todos los ámbitos. Nos toca, nos concierne de diversos modos, está presente en la vida cotidiana, pero no siempre es visible y muchas veces está naturalizada. Se ha vuelto cada vez más presente, cada vez más significativa en la producción de sufrimiento en todos los sectores de la población. La violencia se ha vuelto parte de la existencia, su presencia genera displacer, sufrimiento, deterioro físico y psíquico, pérdida de vidas, destrucción de capacidades productivas y vínculos sociales. Puede ser un tema manifiesto en los pedidos de ayuda que se reciben de parte de individuos, familias, parejas, grupos, instituciones y comunidades. Pero muchas veces es un tema latente, encubierto, tanto en sus manifestaciones como en las consecuencias que tiene en la vida de las personas.

Encontramos la violencia en las parejas, las familias, la escuela, las instituciones, el trabajo, los medios de comunicación y la calle. Una de sus expresiones de mayor impacto en la población es el estado crítico de inseguridad en todo el país, ligado al incremento de la delincuencia y del uso de armas de fuego por parte de la población civil. Según Molina (2010), el incremento anual e imparable de los índices de criminalidad, muertes por homicidio y robos armados, sitúan a Caracas como la tercera ciudad más violenta del planeta y la primera de Latinoamérica. La tasa de homicidios en Venezuela para 2009 fue aproximadamente de 54 personas por cada100.000 habitantes (El Mundo, 25-11-2010), la cual ha aumentado significativamente en más de un 70% desde 1997, como lo advirtió el sociólogo Roberto Briceño León, miembro del Observatorio Venezolano de Violencia. (El-Nacional, 3-01-2010). Caracas presenta índices aún peores: en 2008, la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes fue de 127 (PROVEA, 2008), calculando unos 14.598 homicidios por año, un promedio de 36 venezolanos por día.

Estas muertes suceden mayoritariamente en jóvenes pertenecientes a barrios venezolanos con situación de pobreza, educación precaria, condiciones sanitarias limitadas, entre otras características. Los datos disponibles en la ciudad de Caracas revelan que 95% de las víctimas de homicidios son hombres, y 69% tiene entre 15 y 29 años. Las víctimas han muerto cerca de sus casas (83%), durante riñas en espacios públicos (55.4%) y el arma utilizada ha sido una de fuego (92%) (Zubillaga, 2007). Entonces se entiende que un joven varón, nacido en un barrio venezolano, tiene altas probabilidades de ser el protagonista o la víctima de la violencia.

A pesar de que muchos jóvenes venezolanos estén muriendo a manos de estos factores de violencia, en Venezuela, estos decesos no se han definido como problema específico o prioritario. Existe, pues, un déficit de iniciativas de prevención y atención a jóvenes, siendo éstos los actores más vulnerables frente a la violencia y unas de sus principales víctimas.

Una aproximación psicoanalítica a la violencia como producción subjetiva

¿Cómo se vive con la violencia? ¿Qué consecuencias tiene? ¿Cuál es la causalidad que sustenta ese convivir y su impacto? Estas preguntas nos conducen a ocuparnos de cómo se imbrican las diversas formas de violencia en la estructuración de las subjetividades, como una contribución a la comprensión y el cambio de realidades que retienen en la violencia a individuos, grupos, familias e instituciones. Procuramos la creación de opciones en las que el sujeto pueda construir la capacidad de vivir sin violencia.

La aproximación del psicoanálisis a la violencia contemporánea no está resuelta de antemano por la teoría. Consideramos pertinente cuestionar la noción de la violencia como realización de tendencias de raíz biológica, para ocuparnos de ella como producción subjetiva enmarcada en una sociedad y una cultura. El poder, las ideologías y la construcción sociocultural de las diferencias de género son referentes clave en esta tarea.

La violencia es más que la suma de hechos violentos, no se reduce a la objetivación de delitos, actos y daños. Está conformada por un tejido de discursos, prácticas sociales, relaciones, modos de representar al otro, identidades y usos del poder.

Es dentro de ese tejido que abordamos la producción subjetiva de la violencia, esto es, los modos en que el sujeto interviene en la producción de realidades regidas por la violencia y, a la vez, los modos en que se construyen subjetividades a partir de ella. Esta perspectiva nos lleva también a abordar la producción subjetiva de los actos que nos permiten repudiar la violencia, desligarnos de ella y cuestionar las determinaciones que fuerzan a reproducirla. Crear capacidades para vivir sin violencia involucra procesos de subjetivación, es decir, producción de nuevas realidades subjetivas.

Con esta aproximación iniciamos una línea de investigación y enseñanza sobre la violencia delincuencial y carcelaria, en la cual, partiendo de las relaciones del sujeto con la realidad, abordamos la construcción subjetiva de la legitimación de esa violencia como modo de vida y de relación. Hablamos de redes subjetivas para aproximarnos a la violencia que se hace parte de lo cotidiano y es vivida como fatalidad o destino, como el modo en que las cosas son, como algo que se ha hecho parte del principio de realidad. Podemos ubicar cómo el sujeto tiene un lugar en el tejido de la violencia, una posición inconsciente que, al ser develada en su sinsentido, da lugar a la subjetivación de una responsabilidad. Una posición de sujeto en la violencia es un resultado, podemos ubicar los elementos que la conforman, las estructuras en que se inserta y las dinámicas de las que se hace parte. En esta línea, abordamos los determinantes y las consecuencias de la violencia con el acento puesto en la diversidad de respuestas subjetivas ante condiciones similares.

Usualmente solemos preguntarnos cosas como ¿qué falla en el individuo para que surja la violencia? En su lugar proponemos más bien preguntar ¿Cómo se ubica el sujeto en sus relaciones con la realidad para que haya violencia? Desde esta perspectiva nos podemos proponer identificar estructuras, procesos y posiciones subjetivas que subyacen a la violencia delincuencial y carcelaria.

Dentro de esta línea de trabajo abierta por Antonio Pignatiello se inició la colaboración con Diana Rangel quien en su tesis de licenciatura en psicología se propuso entender la violencia delincuencial en jóvenes caraqueños, por medio de un trabajo de campo, recolección de entrevistas y análisis de sus contenidos.

La investigación con jóvenes de un barrio de Caracas

Con el objetivo de describir los procesos de construcción subjetiva de la violencia a partir del discurso de jóvenes delincuentes de un barrio de Caracas, contactamos a los participantes en el barrio La Dolorita de Petare y procuramos una inmersión en el campo con la finalidad de hallar visiones alternas a las ya establecidas por las teorías sociológicas y psicológicas. Se recogieron testimonios de vivencias y prácticas cotidianas de estos jóvenes a través de entrevistas y fotografías tomadas por ellos mismos, además de registrar experiencias por medio de la elaboración de un diario de crónicas, a modo de bitácora de la investigación.

El enfoque metodológico elegido fue el cualitativo de tipo fenomenológico, el cual permite abordar realidades desde la perspectiva del sujeto que las vive, respeta el relato que hace el participante de sus vivencias y abre perspectivas para la comprensión de la vida psíquica de estas personas.

Un joven del mismo barrio, estudiante universitario, fue el puente que hizo posible el contacto con los jóvenes que participaron en la investigación. Todos de sexo masculino, con edades entre 17 y 22 años, identificados por la comunidad como violentos y pertenecientes a una banda.

Un aspecto clave de la investigación fue hallar una técnica que resultara atractiva para ellos, que aportara información valiosa, que no los hiciera sentir como sujetos investigados ni señalados, sino como protagonistas. La respuesta fue la técnica Photovoice, ampliamente utilizada en Estados Unidos y Europa. Es una técnica mediante la cual las personas pueden identificar y representar su comunidad por medio de la técnica fotográfica (Wang y Burris, 1997). Se reparten cámaras a los miembros de la comunidad con la finalidad de permitirles actuar como registradores, y potenciales catalizadores del cambio en sus propias comunidades.

Esta técnica permite de percibir el mundo desde el punto de vista de las personas que forman parte de la problemática a tratar. Esto agiliza la comunicación y comprensión de los elementos y símbolos que forman parte de ella. Photovoice puede ser utilizada por cualquiera que aprenda a disparar una cámara. La intención era convertir la fotografía en un catalizador del discurso y la comprensión más precisa del mundo simbólico de cada sujeto.

Con cada participante se hizo una entrevista inicial en la que se trataron tópicos autobiográficos y se le entregó una cámara desechable y se le invitó a “tomar fotos de de tu vida, aquello que te parece importante y significativo. Pueden ser personas, lugares o cosas”.

Luego de reveladas las fotos, cada uno participó en una segunda entrevista en donde se habló de las fotografías y de los tópicos que surgieron a partir de las mismas. Seis jóvenes delincuentes tomaron fotografías y participaron en 2 entrevistas cada uno. Eso dio un resultado total de 12 entrevistas, de las cuales consta una inicial y otra en la que se narran temáticas relacionadas con las imágenes fotografiadas. Fueron 8 cámaras desechables reveladas, 90 fotografías y 200 páginas transcritas de las conversaciones.

Al inicio, los participantes observaban a la investigadora con recelo y desconfianza. Luego de explicarles el proyecto se animaron por el hecho de que les iba a proporcionar cámaras y dar “carta blanca” para que contaran sus historias. Muchos de ellos mencionaron sentirse “famosos” ya que alguien de la universidad haría una tesis en la que ellos eran los protagonistas. El hecho de que alguien del exterior (de su barrio) viniera a escucharlos, fue algo muy importante para ellos. Durante las primeras entrevistas hubo ansiedad de parte de los participantes, pero a medida que iba avanzando esta ansiedad fue disminuyendo.

La constancia de estos jóvenes era imposible de predecir. No tenían celular, por lo que no había manera de contactarlos, sino yendo directamente al barrio, lo que hizo la investigadora dos o tres veces por semana durante tres meses. No en todas las visitas pudo entrevistarlos, ya que hubo ocasiones en las que no se encontraban presentes y no se sabía en dónde estaban. Sin embargo, no tuvieron inconvenientes en cuidar las cámaras y tomar las fotos, solamente uno de ellos perdió su cámara y le proporcionó otra. Dos de ellos tomaron dos cámaras de fotos.

Durante el proceso de entrevistas se vieron ciertos cambios. En el primer mes de las visitas se les encontraba en estado de ebriedad y bajo los efectos de las drogas, muchos de ellos estaban armados y la mayoría no había dormido la noche anterior. Durante el segundo mes la actitud de los jóvenes empezó a cambiar cuando se empezaron a planificar las visitas. Se comenzó a ver que los jóvenes, además de esperar puntuales en el lugar de encuentro, se cambiaban la camisa, venían sonrientes y sin armas, asumiendo una actitud motivada y responsable para “sus” entrevistas.

El trato que tuvieron con la investigadora fue siempre de resguardo y respeto. Muchos de ellos se disculpaban al decir groserías y se ofrecieron, reiteradas veces, a brindarle refrescos, agua, sin dejarle pagar nada. Hubo un momento en el que, ante una situación peligrosa, fue protegida por los participantes.

Con respecto a la actividad, demostraron mucha motivación a fotografiar aspectos importantes de sus vidas, y efectivamente la fotografía sirvió para lo que se buscaba: ser catalizadora del diálogo y promover el relato.

Una vez obtenida y transcrita la información, se pasó a la revisión del texto de las entrevistas, buscando ubicar unidades de información o categorías que pudieran resumir los aspectos comunes y sus excepciones, así como los diferentes contenidos y temas tratados por cada uno desde su vivencia subjetiva.

Luego de una exhaustiva codificación de contenidos y aspectos formales del discurso, se extrajeron dos conjuntos de categorías, que presentaremos a continuación. En primer lugar, las que se refieren a la vivencia subjetiva tal como se evidencia en una aproximación descriptiva al discurso manifiesto, por lo tanto consciente, de los participantes. En segundo lugar, presentaremos las categorías analíticas que de esta vivencia se pudieron inferir, las cuales dan cuenta de procesos subjetivos que subyacen, un discurso latente, la comprensión de un sentido inconsciente que estos jóvenes otorgan a sus actos.

La vivencia subjetiva descrita en el discurso manifiesto

En la vivencia subjetiva lo primero que se extrae de las entrevistas es el significado de la presencia de familiares y amigos en la vida de nuestros participantes. Aunque la familia ha estado presente, tiende a ser relegada en los relatos. Cuentan no haber sido criados por su madre biológica, hablan muy poco de la figura del padre, todos de alguna manera tienden a rivalizar con los hermanos y han sido criados por sus abuelos en su mayoría. Los amigos, los miembros de la banda, son vistos como controladores de sus rabias, con ellos no rivalizan.

Las otras personas del barrio son vistas de dos maneras únicamente: buenas o malas, amigas o enemigas. A las mujeres del barrio las ven como figuras de las que reciben apoyo y al mismo tiempo las perciben como amenazantes porque son las que suelen acusarlos con la policía. Muchos de ellos explican que simplemente no confían en nadie, ya que cualquiera podría decepcionarlos.

Las figuras admiradas también aparecen en el discurso de nuestros participantes, muchos de ellos son cantantes, raperos y personajes como el espíritu del malandro Ismael. Algunos se admiran entre ellos mismos y otros incluyen a miembros cercanos de su familia, entre ellos personajes cuya historia ha quedado como una leyenda en el barrio de La Dolorita, ladrones con mucha fama y traficantes de drogas con mucho poder.

Todos los relatos de los entrevistados tienen a la calle como escenario. Es ahí en donde adquieren formas de comunicación y dinámicas de relación con las otras personas. En la calle se manejan una serie de leyes que se deben respetar, en ella la concepción del territorio es mucho más compleja que la connotación de un sector o un espacio en específico.

Fuera del territorio propio, de unas fronteras imaginariamente demarcadas, hay un otro que es percibido como amenazante, frente al que están en constante defensiva. Las armas y las drogas son elementos que juegan un papel muy importante en las relaciones con estas personas a las que perciben como amenazantes.

Le dan significados muy particulares a la vida y la muerte. La vida en general no es valorada de ninguna manera, sino más bien es concebida como algo fácil de perder y a su vez de quitar. Sin embargo, el significado varía según se trate de la vida del amigo y la del enemigo. No hay presencia de temor a la muerte.

El discurso de los participantes nos habla de un mundo psíquico en el que son frecuentes las ideas omnipotentes y megalómanas, las cuales definen posiciones ante el mundo. Algo que llama la atención de este mundo psíquico es la poca expresión de afectos cuando se habla de familiares y amigos. En cuanto a la percepción del tiempo, el futuro es percibido como algo impreciso e incierto, ya que existe en ellos una constante idea de posible muerte; al parecer, no hay una representación psíquica del futuro. Cuando hablan del pasado es de recuerdos dolorosos, ya sea muertes de amigos o familiares, o bien decepciones provenientes de alguna de estas figuras. El presente es todo lo que tienen, la realidad inmediata que perciben, en donde su vida transcurre y se construye en los relatos.

Procesos en la construcción subjetiva de la violencia como modo de vida

Si redujéramos nuestro análisis sólo a la constatación descriptiva de contenidos en el discurso de los participantes, tendríamos la visión de una superficie en la que se imponen las certidumbres, los valores, ideales y significados con los que se legitima y naturaliza un modo de vida violento. En las dinámicas intersubjetivas regidas por la violencia suele imponerse la premisa de que bajo esa superficie no se ve, ni se podrá ver nada. Nuestra aproximación cuestiona esa premisa, hay un fondo que no se deja ver, que se evita ver, un fondo que se puede encontrar. En ese fondo podemos identificar las estructuras y procesos de la subjetividad que intervienen en la construcción de la violencia como forma de vida.

Cuando nos aproximamos a una realidad diferente con la intención de entenderla, buscamos una posición alejada de juicios morales, tratando de adquirir una forma de comprender la situación que la asume como única y no generalizable. En este sentido, ante la realidad de nuestros participantes, protagonistas del creciente problema de la violencia en nuestro país, procuramos encontrar un entendimiento alterno, alejado de las generalizaciones, basado en la palabra dicha, en las imágenes fotográficas, en aquello que fue sentido y observado durante tres meses con estos muchachos de La Dolorita. No nos proponemos aquí la comprensión de cada caso individual, tal enfoque es posible y pertinente, pero en esta investigación privilegiamos la comprensión de procesos que pueden estar presentes en uno o más individuos y que pueden combinarse de diferentes maneras en cada caso.

En todos los jóvenes encontramos la presencia de una familia, el primer hallazgo a destacar es la representación de los primeros vínculos, los cuales son percibidos de manera distorsionada, ambivalente, llegando en algunos al vacío o alejamiento afectivo. Muestran una visión figura materna escindida entre la madre biológica deseada, que abandona, y la figura de la abuela quien los ha criado pero la invisibilizan. Padres y hermanos son concebidos como rivales, a quienes atribuyen haber sido separados y frustrados en el afecto. Tienen la posibilidad de involucrarse afectivamente, pero la perciben como un peligro que despierta angustia de pérdida, de modo que optan por un alejamiento afectivo como modo de defensa. Respecto a figuras significativas del entorno familiar han establecido un desapego que produce un vaciamiento del vínculo afectivo y un rechazo de la representación de los mismos.

Nuestros participantes han hecho de la calle el referente para la construcción de sus vidas. Han adoptado una posición frente al mundo que rechaza el espacio de lo privado (de las relaciones familiares) y privilegia la calle, con todo lo que ella implica y desata. Han hecho de la calle el lugar para construir su yo, en ella encuentran los referentes de sus identificaciones. La calle es también el mundo simbólico a partir del que construyen sus vínculos. En tal escenario “se es de palo”, no se muestran afectos, se desconfía y se vive en la idea constante de amenaza del otro. Se implanta un modo de vivir “territorial”, en donde se pertenece a una banda, a un sector y a unas reglas. La violación de alguna de estas premisas justifica el uso de la violencia. De la adherencia a esas reglas se deriva una identidad basada en la omnipotencia y la invulnerabilidad imaginarias.

Fuera de las fronteras del territorio propio está la presencia de otros a quienes clasifican de manera binaria, por un lado, amigos, personas que los apoyan y son inofensivas, por el otro los enemigos, personas de las que desconfían y consideran amenazantes. No hay puntos medios ni matices. Esto regula y justifica modos de ser, maneras de relacionarse y de ejercer la violencia. Debido a la imagen de este otro amenazante, la desconfianza es la premisa básica en su manera de vincularse.

En su manera binaria de relacionarse, la respuesta a las amenazas percibidas siempre va a ser la violencia. No ven otra opción. El espacio del diálogo y de la expresión de los afectos ha sido desplazado desde muy temprana edad, dejando en reemplazo la adquisición de leyes y verdades absolutas que han sido creadas en la calle y que justifican la acción violenta.

Otro relevante hallazgo se refiere a los procesos de legitimación moral de la violencia, anclados en la manera en que le dan significado al bien y el mal. En su manera de asumir las reglas de vida en la calle se evidencia un sujeto que formula y responde a un principio moral idiosincrático, formulado en la calle a la medida de las circunstancias, que le sirve para ejecutar y justificar sus actos. En el discurso de algunos participantes, encontramos evidencias de que el sujeto es capaz de discernir que otro tipo de juicio moral pudiera ser aplicado a una situación, pero elige la opción más conveniente y adaptada al ejercicio de la violencia. Debemos incluir aquí la presencia de ideas religiosas y mágicas tomadas del cristianismo o la santería, usadas de un modo distinto al del creyente o el fanático. Asumen la existencia de fuerzas naturales que los protegen, creencia que les da omnipotencia para encubrir la incertidumbre y vulnerabilidad de su vida.

Los participantes están insertos en relaciones de poder que se expresan en las acciones violentas que protagonizan, en la respuesta a las amenazas. Para estos jóvenes el poder es un objeto que se obtiene en modos de conducta como la lucha por demostrar ser el más fuerte, por defender una imagen, por resguardar un pedazo de territorio o por evitar la propia muerte. Hacen del poder un objeto imaginario que poseen en la realidad psíquica independiente de las relaciones en las que el poder existe. Esto se da por la vía de procesos psíquicos como lo son la identificación y la fantasía. Nuestros entrevistados pueden no tener poder cuando son observados desde otras perspectivas, pero viven sus relaciones con los demás y se ven a ellos mismos desde una posición subjetiva que ha sido construida desde el poder. En sus pensamientos, es decir en su realidad psíquica, yacen ideas que son de respeto, tienen poder, son omnipotentes. Podemos así ubicar un primer plano en la realidad psíquica que se refiere a una fantasía de omnipotencia, a la cual se acoplan todos los elementos encontrados en la calle, en pocas palabras, desde esta vivencia se conforma la imagen omnipotente del hombre de poder y de armas que escapa a la amenaza del otro.

Hay un segundo plano de la fantasía que se vive en la soledad, dentro del aislamiento afectivo y social, aquel espacio en donde no hay otro del cual defenderse o a quien demostrar alguna imagen. Esta es la verdad encubierta del sujeto, un muchacho que en su soledad se ve a sí mismo desde el descuido, la dejadez y la flojera, incapaz de alcanzar sus metas. Un joven que recurre a recuerdos tristes de la infancia y a sueños rotos, a una idea de muerte cercana en el presente, que concibe el futuro como algo inexistente y elabora un pasado novelado. Un sujeto vulnerable, lleno de carencias, urgido de afecto, que se ha aferrado a una ley de vida en la que el odio predomina en todas sus jugadas, que se ha aferrado a la omnipotencia para cubrir sus carencias.

La masculinidad y los significados asociados a ella, adquieren protagonismo en este proceso de construcción de una identidad ligada a rasgos de omnipotencia y poder por medio de la violencia. A la vez que es totalmente ausente la presencia de figuras femeninas admiradas, en los relatos de los jóvenes se evidencia el absoluto protagonismo de figuras masculinas que se hacen en la calle. Se evidencia también el aferramiento a rígidos estereotipos de virilidad, rechazando como homosexualidad toda expresión que no coincida con los mismos. Buscan el respeto en una identidad masculina basada en el poder económico y de las armas. Esta investigación ha permitido comprender esa búsqueda de respeto, no sólo como respuesta a amenazas externas, sino como el resultado de procesos subjetivos que intervienen en su conformación.

A modo de conclusión

Los datos obtenidos permitieron identificar significados que le atribuyen los jóvenes a la violencia desde su realidad psíquica, describir los modos en los que se legitima como manera de relacionarse con el otro e identificar los procesos subjetivos que sustentan la violencia como modo de vida. Esto nos ofrece una comprensión del joven desde su propia subjetividad, abierta a una posibilidad de búsqueda del cambio.

Esta visión de los procesos subjetivos de la construcción de la violencia fue posible gracias a la manera en que se buscó el acceso a la vida de los participantes, a la relación cercana que se dio con cada uno y a la actividad que les dio la oportunidad de involucrarse como protagonistas de una reflexión sobre su realidad.

Esta aproximación procura abrir un espacio para hablar sobre la posibilidad de mejorar la situación de violencia en Venezuela a través del cambio en las subjetividades. Como se pudo observar durante su participación en la investigación, la adherencia a nuevas reglas fue posible en el funcionamiento y dinámica de estos individuos. El hecho de dejar las armas a un lado para disparar con una cámara, nos hace pensar que estos jóvenes son capaces de valerse de otros medios con los cuales identificarse y construir una identidad en la que se sientan seguros y no amenazados.

La creación de lugares en los que los jóvenes tengan acceso a otros referentes simbólicos para la construcción de identidad, se puede plantear como vía para lograr el cambio en la realidad de muchos, uno por uno. En la experiencia de la misma investigación, al hacerlos a ellos los protagonistas y creadores se logró dialogar con el joven detrás de la “máscara”, con miedos, angustias y afectos que deseaban ser escuchados, dejando entender que, al final, ellos también son unos adolescentes en la búsqueda de su identidad.

En el desarrollo de la investigación se observó cómo los participantes respondieron a la escucha y cómo a medida de que observaban sus propias fotografías iban colocándoles palabras a aspectos de sus vidas que habían permanecido en silencio, aislados del afecto. Esto nos lleva a plantear la posibilidad de procesos subjetivos en los que estos jóvenes puedan reconocer el sentido inconsciente de la violencia, adueñarse de su propia responsabilidad en lo construido, para crear condiciones en las que el cambio surja desde sus propias manos.

Si nos basamos en la relación que surgió en los tres meses de visitas al barrio y observamos cómo fue cambiando la actitud de los jóvenes hacia las entrevistas y hacia la investigadora, podemos entender que respondieron positivamente y que dichas respuestas lo que buscaban era proteger un espacio propio y seguro, en donde se daba la escucha y el diálogo.

Para estos jóvenes sería pertinente la oferta de dispositivos que les permitan trabajar por medio de la palabra. Sistemas que pueden ser educativos, artísticos, terapéuticos, pero que logren la creación de espacios seguros, espacios que le den una voz a aquellos que han permanecido en lugares en donde la palabra no es mediadora y reina la oscuridad.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


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